jueves, 20 de septiembre de 2012

No me acostumbro...




...a tener que ayudar a partir. Es una lección que tengo pendiente.
...a ser espectador de despedidas entre seres que se aman con locura.
...al dolor ajeno.
...a la enfermedad fulminante, a la larga y cruel.
...a comunicar noticias terribles e inolvidables.
...a soltar manos.
...a cerrar ojos.
...a ayudar a morir.


A todos los que volaron antes de tiempo,
siempre en mis recuerdos.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Fantasía de panchito




    Un panchito es la especialidad de una heladería artesana de mi barrio: sumergen una bola de helado en chocolate negro caliente. El resultado me quita el sueño y es que el chocolate es uno de mis vicios confesables. Por eso me llamaba bastante la atención ir a alguna sesión de esas que están de moda y que se engloban bajo el nombre de chocolaterapia.
    El día elegido esperaba impaciente en una habitación a media luz, con hilo musical, ataviada con un tanguita ridículo de papel al que intentaba ignorar, la llegada de la señorita que me iba a ayudar a cumplir uno de mis caprichos más deseados. Muy jovencita pero muyyyyyy habladora me embadurnaba en una crema negra con olor a chocolate mientras me contaba todas las propiedades beneficiosas del que para mí es el verdadero oro negro. Cuándo más encantada me encontraba, sintiéndome cual Cleopatra en leche de burra, me sorprendió la catástrofe. "Ahora te vamos a dar calor para que el chocolate penetre bien por todos tus poros" Partimos de que no me gustó mucho esa frase, pero en esos momentos una está entregada (yo creo que el tanga contribuye, te roban la autoestima y así te manejan a su antojo). Enchufó una especie de colchón de agua y cuando estaba a 1000ºC me envolvió en él y se fue apagando la luz: "Relájate que yo vuelvo en un ratito". Y me plantó allí en la circunstancia más ridícula que alcanzo a recordar: hecha un capullo y sudando como un pollo de feria. Intentaba entretener mi mente pero no dejaba de pensar si ese colchón de agua enchufado a la corriente era lo suficientemente seguro. Cinco minutos más tarde mi atención se centró en mi piel. He tenido varias urticarias en mi vida y reconozco ese picor en cuanto empieza. Y no, no me podía mover porque la media tonelada de agua caliente que tenía encima me impedía hasta pestañear. Se me hizo eterno el "ratito". Cuando volvió a entrar la jovencita se me saltaron dos lágrimas de alegría. Recordaré esas palabras toda la vida: "Ahora te vas a dar un bañito para retirar todo el chocolate." Yo del chocolate ni me acordaba, sólo quería que me quitase esa losa y salir corriendo. ¿Penetrar? A esa temperatura nos hemos aleado, bonita. Al empezar a retirar la cataplasma que se había formado comenzó a asomar el sarpullido que recorría todo mi cuerpo cual varicela florida. A la jovencita se le descompuso la cara (y probablemente algo más): "Ay madre mía, ¡mira cómo estás! Esto es la primera vez que me pasa." ("No me lo creo, ¿de veras no se ha muerto nadie ahí dentro querida?") Ante la insistencia de llamar a un médico intenté tranquilizarla diciéndole que yo lo era y que no me iba a morir (sólo necesitaba salir de allí y ducharme con agua fría lo antes posible).
    Mi marido todavía se está riendo de mi. Menos mal que la mala experiencia no me ha impedido seguir derritiéndome por un panchito helado en las tardes de verano.

martes, 4 de septiembre de 2012

Cerrado por vacaciones

    

      Disolventes o aire corriente. Anilinas o tomates sin toxinas. Aguarrás o agua de mar.
    Está claro qué es lo que conviene a la nueva vida que ha empezado a crecer en mí. Al recibir la buena noticia mi mente me arrastra a repasar las futuras e irremediables renuncias. Nadie se imagina cuánto me va a costar alejarme de este mundo de aceites y colores. El óleo ordena mi mente. Es mi cajita de lágrimas. Mi ventana a la evasión. Mi inyección de serenidad. 
   
    Mi pasión. Mi refugio. Mi secreto.

    No sé si lograré aguantar mucho tiempo sin él.
    Pero sé que pase lo que pase me esperará, me será fiel.