domingo, 24 de febrero de 2013

Al cuerpo no se le engaña




    Lo dice siempre mi madre y es de las frases más realistas que conozco. Y debe ser por eso por lo que los embarazos, que someten al cuerpo humano a una sobrecarga excesiva, hacen brillar más que nunca todos nuestros puntos débiles. El mío, pasados los siete meses de gestación y los doce kilos de sobrepeso, ha sido por supuesto mi cadera. Y parece mentira, pero después de tener bien aprendida la lección durante años, una vez más me he creído capaz de hacerlo, de engañar a mi cuerpo y tener un embarazo "normal" llevando a cabo ejercicio físico a diario, el cuidado de un hijo y todas las tareas del hogar que pudiera sin que se enterase mi cadera. Y como siempre, me equivoqué. Así que tarjeta roja y al banquillo.

    Hoy me vuelvo a sentir de porcelana. Frágil y delicada, como esas muñecas que me regalaban de pequeña y no servían más que para decorar un estante. Esas con las que no se puede jugar, sólo contemplarlas tras una vitrina. Esas que parecían estar siempre frías y tristes. Y por más que busco no encuentro mi parte de titanio que me hace sentirme fuerte y todopoderosa, que me ayuda a levantarme y comerme el mundo.

    Ya saldrá, cuando me toque reinventarme de nuevo. O al menos, eso espero...

martes, 12 de febrero de 2013

Puntualidad





    Hoy es de esos días en los que pienso que si hicieran un examen para permitir la maternidad estoy segura de que no lo aprobaría, entre otras muchas cosas, porque con toda probabilidad, habría llegado tarde. Da igual la fecha, las tareas previas, la hora del evento, el lugar... yo siempre llego tarde.
    Acabo de dejar al pequeño salvaje en la academia de inglés y me encuentro totalmente derretida. Sólo pienso en que tengo una hora por delante para recuperar fuerzas para el siguiente combate. Independientemente de las razones que tuviera, mi problema es que confío plenamente en mi capacidades a pesar de haberme demostrado a mi misma mil veces que son escasas. Así que diez minutos antes de salir me creía sobrada de tiempo para darle la merienda, lavarle y vestirle. ¡Ja! Al final salgo quince minutos más tarde y con las tareas en orden inverso. Resultado: zumo en el coche y pitando que es gerundio. El pobre niño se lo ha tomado con la precaución de que no se vierta ni una gota por miedo a mi mirada asesina y  mi vena de Patiño al cuello. Al llegar me bajo del coche con un bombo de siete meses (que parecen nueve), la mochila del niño, mi bolso y una de las dos muletas que me ha encomendado mi querido traumatólogo por aquello de proteger mi preciada cadera del peso del embarazo y así de paso hacerme estos dos meses más divertidos. Al abrir la puerta de atrás el salvaje se queda atascado en esa maravillosa silla de coche con mecanismo de cierre diabólico y con las prisas, no me preguntéis de dónde pero consigo sacar una mano y tirar del brazo de la criatura hasta conseguir arrancarle de las garras del dispositivo de marras.  Le planto en el suelo y me percato de que le falta un zapato que (menosmal) estaba en el suelo del coche. Me meto, me atasco y con toda mis fuerzas salgo con mi trofeo en mano. Sobra explicar lo complicado que es ponerse en cuclillas con el bombo, el bolso, la mochila y la muleta, dejando las manos libres para poner un zapato en un pie que acababa de salir lleno de tierra del hoyo de un arbolito donde los perros hacen buenamente sus necesidades. Le atuso, le beso, y le doy una palmadita para que corra a la clase con la mala suerte de que a los dos metros se tropieza (jocica, dirían en mi tierra) y mochila por un lado, niño por otro y la madre intentado levantarse para ir a socorrerle. Si algo tiene de bueno un salvaje es que por grande que sea la caída difícilmente llegue a ser dramática. Cuando llego, le sacudo la tierra, le atuso de nuevo y le abrocho bien el pantalón (todo ello con los pelos hacia arriba fruto de mi lucha personal en el coche minutos antes) y de repente me mira. Le miro. No puede ser...: "Mamá, pis" "AAAAAAAHG" Menos mal que la directora del centro ha salido a rescatarme (o más bien al niño) y me ha dicho que ella lo llevaba al "toillete". Pos-ala-a-"juir".
    No tengo moraleja. Sólo frustración. Quién sabe si algún día llegaré puntual y peinada a algún sitio... Os lo haré saber.

sábado, 2 de febrero de 2013

Mamá del mundo





Cuando le abrazo, cuando le beso.
Cuando me armo de paciencia para darle de comer.
Cuando le leo un cuento mientras huelo su pelo tras el baño.
Cuando le acaricio para que se relaje.
Cuando le canto su canción preferida.
Cuando le arropo por la noche.
Cuando me aseguro de que no tiene frío.
Cuando compruebo que está bien... y apago la luz.

Se vienen a mi cabeza todos esos niños que no tienen esto.
Y me siento responsable de todos. Me siento un poco madre de todos.