Hoy el mundo nos vigila porque ha transcendido que una compañera de profesión ha sufrido un accidente biológico y se debate entre la vida y la muerte. Hoy, no hay ningún trabajador de la salud que no tenga parte del corazón en esa habitación del Carlos III.
Es cierto que la humildad y el miedo te abofetean la boca a diario en esta profesión y que son y serán otros cientos de riesgos los que nos tocará correr, que a todos nos han temblado las piernas más de una vez y que todos los que cuidamos a los demás nos sentimos tremendamente descuidados en los últimos años. Reconozco que no me adapto. No tengo banderas ni calculadoras, tan sólo un fonendo. No sé trabajar con el cinturón tan apretado.
Pero a pesar de todo, hoy me siento profundamente orgullosa del colectivo al que pertenezco, colectivo que está consiguiendo que en este país, con un vacío de poder inmenso y una falta de medios atroz, nos podamos llegar a sentir todavía en buenas manos.