Desconozco si hay almas sin cuerpo viviendo entre nosotros, me encantaría pensar que sí.
Pero lo que sí sé es estamos rodeados de cuerpos sin alma, sin esencia.
Mercedes es uno de ellos. Sobrepasa los 80 años y hace tiempo que no recuerda el nombre de sus hijos. Su vida se limita a estar por casa, salir acompañada y requiere la constante vigilancia de su familia. Todos la recuerdan por lo que fue. Hace años que ya no está tras esos ojos de color miel.
Llevaba unos días dormida. En mi mano estaba cambiar sueros, hacer análisis, ponerle más oxígeno y alimentación o lo que sería más lógico, dejarla morir tranquila.
He hecho lo primero.
Ha despertado. Y ha sonreído a los suyos.
No lo he hecho por ella. Lo he hecho por él.
Su marido lleva días pegado a su cama agarrado de su mano.
La besa sin parar suplicándole a su dios que no se la lleve todavía.
Hoy estoy contenta.
Tengo la sensación de haber salvado dos vidas.
Monumento de Gustav Vigeland en Oslo