Podemos construir los muros más altos para no verlos o ensordecernos con la melodía de nuestras idílicas vidas para no escuchar sus llantos.
Podemos aferrarnos a creencias políticas o religiosas para justificarnos.
Helarnos el corazón y no sentir compasión ni impotencia y hasta pensar que no tienen hijos y que no se quieren como nosotros.
Pero nos guste o no seguirán ahí, intentando pasar el foso, seres humanos a los que no les pertenece el primer mundo y están destinados a vivir enjaulados en el trozo de tierra donde les tocó nacer.
Feliz libertad a todos.
Foto de Daniel Etter